Hace un par de días murió uno de los hombres más cultos, consistentes e inteligentes que he conocido en mi vida.
Se llamó Daniel Iván y fue colaborador de etcétera durante veinte años, hasta que el cuerpo no se lo permitió más.
Daniel Iván no fue un hombre militante sino que hizo del anarquismo su convicción y hálito de vida. El anarquismo en serio, quiero decir. El que exige sacrificio para sí y con los demás, en el ámbito del trajín cotidiano, no la pose, y así encabezó la Asociación Mexicana de Radios Comunitarias como una forma de contribuir al entorno de los más necesitados y no hizo de la organización una plataforma para su promoción individual en contraste con otros dirigentes, mujeres y hombres, lo han hecho.
Daniel Iván fue un estudioso del Estado y la democracia; voraz lector más que escritor fue un atento estudioso de las transformaciones sociales, la utopía revolucionaria y el despliegue de la tecnología –estoy convencido de que se trata del estudioso más importante del país de las nuevas tecnologías de la comunicación y sus alcances (aunque por su propia forma de ser es poco conocido, incluso entre los mismos expertos en esos temas).
Daniel Iván fue un intelectual. Estudiaba de todo y fue experto en muchos temas, además de un creativo de la música que tuvo reconocimientos internacionales. Gracias a él conocí otras vertientes de rock que a escasas personas les he escuchado hacer referencia, vi de distintas maneras al Punk y, por supuesto, a los Beatles, que a él le parecieron músicos mediocres. Con él tuve varios intercambios intelectuales, en las oficinas de etcétera y en Facebook; y la conclusión siempre fue que aprendí. Visitaba su muro regularmente para enterarme de algún nuevo grupo de rock, cierta reflexión sobre la moral y la ética –sus análisis sobre la bondad, por ejemplo– y sus definiciones políticas que exhibieron la falta de solidez teórica de quienes se dicen, y hablan a nombre de, la izquierda.
Hace un tiempo, en Facebook, Daniel Iván nos enteró de un raro padecimiento que poco a poco le fue quitando la vida. Me impresionó su forma de relatarlo, tranquila y lúcida, con el reconocimiento de un hombre brillante acerca de que su ciclo estaba llegando a su fin y así estuve con él de la única manera posible, leyéndolo y compartiendo impresiones, y eso pasó en Facebook unos días antes de su partida, cuando pedí su autorización para reproducir un texto en donde describe cómo se le escapaba la vida; su prosa impecable y tranquila, como su vida misma, relató la manera en que ésta llegaba a su término y hubo momentos en que hasta poesía hizo.
Estoy seguro de que con esfuerzo me contestó, la enfermedad le impidió mover todas sus articulaciones, y respondió que claro que sí, que siempre, aunque él y yo sabíamos que la palabra siempre significaba en este instante. También unos días antes de su partida, estuvo conmigo a mí lado y yo con él, como un espadachín, el mejor espadachín entre muchos que conozco, para blandir argumentos contra la calumnia y el fanatismo.
Daniel Iván es uno de mis referentes principales para comprender y disfrutar la vida. Y ahora también para enfrentar la muerte cuando ésta llegue, hoy, mañana o pasado mañana, por eso además de mi cariño y admiración, tiene mi gratitud. Cuando sea el momento quisiera morir como él, como decía el escritor aquel, invitarle a la muerte una copa cuando llegue y, agrego, pensar siempre porque siempre hay motivos para aprender, hasta el último momento.
Fuente: etcetera.com.mx