Las lágrimas no son para las personas que hemos perdido. Son para nosotros. Para que podamos recordar, celebrar, extrañarlas y sentirnos humanos. C.J. Redwine.
Es evidente que el dolor de la pérdida es un dolor natural, la pérdida es algo irreemplazable y debemos reconocer que nuestra vida jamás será la misma de antes, sin embargo, cada quien tiene un tiempo preciso y determinado para superar este momento, porque lo importante después de todo es seguir adelante y continuar…
Los estudiosos del duelo y el morir definen una serie de estaciones o fases por las que transcurrimos en nuestros procesos de duelo:
La fase de shock o estupor, caracterizada por un estado de desconcierto y embotamiento, en esta fase observamos conductas automáticas ante la incapacidad de aceptar la realidad.
En esta primera fase, podemos encontrar o bien personas que se quedan inmóviles y paralizadas ante lo sucedido, o quienes actúan con completa naturalidad como si nada hubiera ocurrido.
La fase de rabia o agresividad, en esta fase predomina la falta de comprensión por parte de quién ha sufrido la pérdida, podemos sentir falta de seguridad y baja autoestima, enfadarnos con aquellas personas a las que consideramos responsables de la pérdida. Suelen aparecer también sentimientos de injusticia y desamparo junto con problemas como insomnio, pesadillas o sueño no reparador.
En esta fase sufrimos un proceso de desánimo total, pérdida de apetito, insomnio, incluso nuestras actividades diarias se ven afectadas por nuestro estado de ánimo, nos podemos sentir débiles y agotados.
La fase de desorganización o de desesperanza, en la cual comenzamos a tomar conciencia de que lo perdido no volverá, durante esta fase, muchas personas suelen volverse más alertas y perceptivas, sensibles a su entorno.
Experimentamos cierta sensación de desorganización, es habitual experimentar apatía, tristeza, desinterés, o incluso una tendencia a abandonarnos y a romper los esquemas de nuestro estilo de vida personal habitual, en esta fase es recomendable no tomar decisiones radicales ni transformaciones de gran envergadura.
La fase de reorganización, donde poco a poco vamos afrontando la nueva situación y reorganizamos nuestra propia existencia, durante este tiempo tendremos la sensación de estar recorriendo una y otra vez estas cuatro fases, pero cada vez, nos iremos adaptando con mayor tranquilidad a la realidad de esta gran pérdida.
Ante este proceso es importante enfrentar distintos retos, en principio aceptar la realidad de la pérdida, afrontando plenamente lo sucedido; luego es imprescindible experimentar el dolor de la pena, sin bloquear los sentimientos ni negar el dolor que está presente, no podemos reprimir está emoción, por el contrario, es necesario aceptarla y abrazarla como tal; entender que continúa un mundo en el cual esa persona no estará presente, por lo que debemos continuar adelante, tomando decisiones y organizándonos, quizás sin el apoyo que esa persona nos ofrecía y por último debemos recolocar emocionalmente al ser perdido y mirar hacia el futuro.
No se trata de olvidar, sino de encontrarle un lugar apropiado e importante para recordar nuestra vida juntos, pero dejando espacio para otras relaciones significativas y para nuevos comienzos.
La vida nunca volverá a ser lo mismo, pero de seguro enriqueceremos nuestro espacio con nuevas emociones y relaciones.
Fuente: Rincón del Tibet