Una terapia pionera en el mundo que busca fondos para celebrar la que será su tercera edición, y así a ayudar a más personas.
Cuando a Pepe le hablaron de Nata intuyó que ambos se convertirían en buenos compañeros. Si piensan en un galgo español seguro que se dibuja en su mente un perro ágil y rápido, pero Nata es especial. Desde hace años sufre problemas físicos que le dificultan el movimiento y la normalidad en su día a día, pero rebosa cariño y fortaleza. Una realidad que Jose Tarriza puede entender muy bien, a él le diagnosticaron ELA, y desde ese momento su vida dio un giro de 180 grados.
Pero un día los destinos de estos dos guerreros imparables se cruzaron cuando a Jose le propusieron participar en una terapia asistida con animales, y él acepto. Así fue como «Patas por ELA» llegó a su vida, y a las de otros tres pacientes que comparten con él esta batalla, y que también participan en este programa colaborativo entre la Asociación adELA y la Oficina de Intervención Asistida con Animales de la Universidad Rey Juan Carlos (OIAA).
«Estoy convencido de que la simple presencia del perro hace que las sesiones sean mucho más relajadas y participativas, y ayudan a normalizar momentos especialmente sensibles que se puedan producir. Ayuda a quitarle hierro al asunto», explica Jose Tarriza. ¿Pero cómo funcionan estas sesiones? Nata se convierte en «un cartel» donde los pacientes dirigen su mirada. Previamente la psicóloga que lleva este proyecto, Nerea Azmecua, les pide a los participantes que respondan a una serie de cuestiones por email antes de ir a la sesión. La técnico que acompaña a Nata en todo momento, Celia Parra, se encarga de poner esas respuestas en el peto de Nata, y el resto del trabajo consiste en analizar las respuestas. «Yo les diría a personas que también están pasando por una esta situación, que si tienen oportunidad de probar un programa como éste que lo hagan sin dudarlo. Para mí fue muy positivo, porque además, soy un amante de los animales», afirma José.
La colaboración entre adELA y la Oficina de Intervención Asistida con Animales de la Universidad Rey Juan Carlos surgió en 2015, debido al éxito que habían tenido las carreras de «Patas por ELA», organizadas por la Plataforma de Afectados por ELA, para conseguir financiación. Israel González es el director de la OIAA y el coordinador de este proyecto, que ya ha celebrado dos ediciones, y que actualmente está ultimando los detalles para la próxima y así conseguir ayudar a otros pacientes. En las ediciones anteriores, los pacientes se sometieron a 12 sesiones de una duración aproximada de una hora. «La OIAA es pionera porque, que nosotros sepamos, no existe a nivel internacional, nacional o europeo una oficina de este tipo que pertenezca a una universidad pública y con fondos públicos», explica Israel.
El mejor acompañante
Un perro no cura, pero puede ser el mejor compañero. «Es importante dejar claro que, en este caso, Nata es solo un acompañante que sirve como canalizador y apoyo al terapeuta para que este llegue a los objetivos que se ha marcado», dice Israel. «Una persona que tiene una patología está cansada de ir al médico o al terapeuta. Pero este tipo de sesiones puede ser su momento para desconectar e ir a ver al perro. Así, cambia por completo el concepto», argumenta. Por su parte, la psicóloga Nerea Amezcua destaca la importancia de los beneficios observados en los pacientes que han seguido este programa. «La simple presencia de Nata facilita la expresión de los pacientes y crea un clima especial». Además, insiste en que tienen que ser los propios pacientes los que decidan acudir: «Es aconsejable para aquellas personas que se encuentren un poco perdidas y buscan orientación sobre su día a día o que quieran buscar motivaciones, y también es básico que le gusten los animales».
Pero los pacientes no son los únicos beneficiados en estas sesiones. Nata también disfruta de ello, tal y como explica Celia Parra, la técnico que está con ella: «Tiene una capacidad de empatía maravillosa con las emociones, conociendo cómo se sienten, funciona como un reflejo de nosotros mismos».
Fuente: La razón